En una oportunidad leí de un autor a quien admiro muchísimo, que los problemas no son más que la distancia que nos separa del punto en el que estamos y el punto en el que queremos estar. Si comenzamos a ver los problemas de esa manera, dejan de ser algo amenazante en nuestra vida. Es más, pasan a tomar un papel realmente motivador en nuestros destinos.
Si a eso le sumamos el hecho de que, nosotros durante toda nuestra vida, siempre tendremos «problemas» por solucionar, que bueno sería aprender a afrontar cada dificultad en la vida, con entusiasmo y firmeza, de forma que dejemos de estar transformando cada inconveniente en una CRISIS. Pues, esa habilidad innata del ser humano de hacer de cada obstáculo una crisis existencial, sólo dificulta el camino, hace cada reto más difícil, amenazante y complicado de superar.
Por ello debemos aprender a tomarle cariño a los problemas, y entender que son el sazón de nuestras vidas, lo que transforma un momento monótono en nuestro cada instante lleno de dinamismos a diario, lo que nos obliga a mantenernos alerta día a día.
Los problemas nos despiertan de cada día aletargado, nos obligan a salir de nuestra zona de confort y nos enseñan nuevas rutas para el mismo destino. Los problemas nos muestran cuan fuerte somos y en oportunidades nos dejan cicatrices que nos recuerdan, que caminos no debemos transitar.
Los problemas nos hacen valorar más la vida y tener más deseos de perseguir lo que queremos, nos hacen reinventarnos con la frecuencia que haga falta, con tal de estar a la altura de cada reto que nos regala cada fecha en el calendario.
Los problemas son comunmente la parte más recordado de cada viaje, la anécdota que más causa risas y lo que hace verdaderamente inolvidale un paseo.
Los problemas generan experiencias que probablemente se compartirán como testimonios, y algunos aprenderán de ellas para no repetirlos en primera persona y otros harán total caso omiso, simplemente para vivir en carne propia la adrenalina que genera el poder afrontar ese obstáculo en el camino.
La clave está en ver cada problema como ese picante que adereza nuestros días, del cual tenemos que aprender una valiosa lección y seguir adelante.
Ni te dejes paralizar, ni tampoco te encariñes con la piedra que te hace tropezar… Saltala, bordeala o simplemente pateala, pero sigue moviéndote feliz de saber que cuando menos te lo imagines, conseguirás otra igual o más grande, pero ya tienes herramientas adquiridas y aprendidas, para simplemente moverte al punto al cual quieres llegar.
Excelente reflexión Luis.
Los problemas nos hacen movernos, nos transforman y nos van forjando, aparte que cada experiencia se convierte en una nueva herramienta para futuro.
Saludos, Un abrazo.